El Parkinson se consideraba hasta hace no mucho
como una enfermedad del sistema nervioso central de carácter neurodegenerativo,
crónico y progresivo que afecta a una zona del cerebro llamada Ganglios Basales
y en concreto a una parte del tronco del encéfalo denominada “sustancia negra”.
Estas estructuras son las encargadas del control y de la coordinación del
movimiento, del mantenimiento del tono muscular y de la postura, gracias a la
actuación de la dopamina, sustancia que transmite la información necesaria para
ello.
Cuando las neuronas de la sustancia negra que
producen la dopamina se dañan, los niveles de ésta disminuyen y las estructuras
que recogen la información que “transporta” no son activados como deben, lo que
da lugar a la aparición de síntomas característicos de la enfermedad, como son
el temblor, la rigidez, la inestabilidad postural y la lentitud y pobreza de
movimientos.
Actualmente estamos siendo testigos de una
revisión de la definición de la enfermedad, ya que la comunidad científica ha
realizado avances que parecen confirmar que no sólo afecta al Sistema Nervioso
Central, sino a otras estructuras del sistema nervioso. De ahí la gran variedad
de síntomas que no son exclusivamente motores, como pueden ser la depresión,
los trastornos cognitivos, diaforesis, alteraciones gastrointestinales,
etc.
Es la segunda enfermedad neurodegenerativa después
de la enfermedad de Alzheimer.
Cualquier persona puede padecer Parkinson y
afecta prácticamente por igual a hombres y mujeres. Suele comenzar a partir de
la sexta década de la vida, aunque no sólo afecta a personas mayores un 20% de
los casos se presenta en menores de 50 años.
La
progresión de la enfermedad varía mucho en función de cada paciente. Aunque es
una patología progresiva, con la medicación antiparkinsoniana (entre ellos
levodopa) y las terapias de rehabilitación, se puede conseguir retrasar la
progresión y mitigar la intensidad de los síntomas, mejorando la calidad
de vida de los afectados.
·
Aliviar
el dolor.
·
Corregir
las alteraciones posturales, previniendo la aparición de rigidez articular.
·
Fortalecer
la musculatura debilitada.
·
Corregir
acortamientos musculares.
·
Ganar
expresividad y funcionalidad de la musculatura orofacial.
·
Facilitar
la deglución y la masticación.
·
Mejorar
la función respiratoria.
·
Mejorar
la función intestinal.
·
Mejorar
el equilibrio y las reacciones posturales.
·
Mejorar
la coordinación.
·
Corregir
los trastornos de la marcha.
·
Reeducación
de las transferencias.
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